En la oscuridad...
Tendida en la cama veo como el viento mece la cortina suavemente al compás de una triste y misteriosa música que suena a lo lejos, en algún lugar, en alguna casa. Y se escucha una mujer que llora tratando seguir el ritmo de la canción...
Me yergo en la cama de tal modo que puedo apartar con la mano la vaporosa tela que se deja caer como una cascada blanca desde el techo hasta el suelo y que cubre la ventana, y saco ligeramente mi cabeza por el hueco abierto hacia la calle.
Puedo escuchar la música con más claridad, pero la mujer ya no canta. Su voz se apagó antes de que acabara la canción.
Apoyo los brazos en el alfeizar y dejo que la dulce brisa de la noche meza mi pelo a ritmo del compás de la noche.
Y noto que se apodera de mi una extraña sensación; y la oscuridad en la calle me llama por mi nombre.
Respiro el tranquilo y fresco aroma del otoño que se retrasa. Estiro los brazos y saco parte del cuerpo hacia el exterior e inhalo más profundamente el intenso y agradable olor húmedo de la noche mientras las notas se agolpan en mi mente una tras otra colapsándome los oídos y las ideas.
¿Por qué no podía dormir? Estaba claro. Me estaba llamando, la música gritaba mi nombre. ¿Y la mujer que lloraba?
...
Me descubro sentada en la ventana, con las piernas colgando y sintiendo como el aire ahora se ha vuelto tímido y juguetea entre mis pies, que se han enfriado como si fueran de un ser sin vida.
El vello de la piel se me eriza y recuerdo con añoranza y un poco de dolor una frase: «no es frío, eres tú». Cierro los ojos, sonrío y disfruto de la noche y los recuerdos.
¿Qué hago aquí sentada?
Noto como el pelo vuela con cada breve pero intensa ráfaga de viento. Respiro por última vez antes de abrir los ojos y mirar lo lejos que se encuentra el suelo de mis pies.
Y me pregunto...