domingo, 25 de septiembre de 2016

Y me pregunto...


En la oscuridad...

Tendida en la cama veo como el viento mece la cortina suavemente al compás de una triste y misteriosa música que suena a lo lejos, en algún lugar, en alguna casa. Y se escucha una mujer que llora tratando seguir el ritmo de la canción...
Me yergo en la cama de tal modo que puedo apartar con la mano la vaporosa tela que se deja caer como una cascada blanca desde el techo hasta el suelo y que cubre la ventana, y saco ligeramente mi cabeza por el hueco abierto hacia la calle.
Puedo escuchar la música con más claridad, pero la mujer ya no canta. Su voz se apagó antes de que acabara la canción.
Apoyo los brazos en el alfeizar y dejo que la dulce brisa de la noche meza mi pelo a ritmo del compás de la noche.
Y noto que se apodera de mi una extraña sensación; y la oscuridad en la calle me llama por mi nombre.
Respiro el tranquilo y fresco aroma del otoño que se retrasa. Estiro los brazos y saco parte del cuerpo hacia el exterior e inhalo más profundamente el intenso y agradable olor húmedo de la noche mientras las notas se agolpan en mi mente una tras otra colapsándome los oídos y las ideas.
¿Por qué no podía dormir? Estaba claro. Me estaba llamando, la música gritaba mi nombre. ¿Y la mujer que lloraba?

...

Me descubro sentada en la ventana, con las piernas colgando y sintiendo como el aire ahora se ha vuelto tímido y juguetea entre mis pies, que se han enfriado como si fueran de un ser sin vida.
El vello de la piel se me eriza y recuerdo con añoranza y un poco de dolor una frase: «no es frío, eres tú». Cierro los ojos, sonrío y disfruto de la noche y los recuerdos.
¿Qué hago aquí sentada?
Noto como el pelo vuela con cada breve pero intensa ráfaga de viento. Respiro por última vez antes de abrir los ojos y mirar lo lejos que se encuentra el suelo de mis pies.
Y me pregunto...

sábado, 24 de septiembre de 2016

Un trozo

Contigo se va cada día que cierras la puerta detrás de ti un trozo de mi vida.
Se va contigo: te lo llevas, me lo robas... te lo regalo.
Esa parte ya es tuya.

Y yo me quedo un pedacito más vacía 
de eso que se ha ido contigo: te has llevado, me has robado... te he regalado.
Esa parte ya no será mía nunca más.

Pero mucho antes de que te vayas, ya te la he entregado; 
desde que me miras a los ojos cuando vienes 
hasta que los apartas para irte.

No es una queja, no es un reproche. Es miedo.

Y cuando te marches para siempre, cuán vacía me habré quedado. 
A nadie más podré darle mi vida 
porque te fuiste con toda ella.

Es miedo. A no poder dar más de mí y quedarme sola. 
Sola en un mundo que preguntará "¿por qué?", y miedo por no poder contestar lo que por dentro me estará quemando: "porque quiero, porque quise..."

Contigo te llevas cada vez que te despides un trozo de mi alma.
Se va contigo: te lo ofrezco, me lo quitas... te lo regalo, me lo robas.

viernes, 9 de septiembre de 2016

Esperanza

- "2016... lo tienes difícil"- dije.

Pues bien... te has superado.

Todavía no soy capaz de escribir sobre ti sin derramar una lágrima. Pero siento que lo necesito, necesito escribirte. Ha pasado todavía muy poco desde que te fuiste y ya "no" duele demasiado recordarte, aunque a veces continúa siendo duro.

Aún espero...

Espero que llames todos los días a casa para preguntar sobre... nada. Espero subir a tu casa, abrir la puerta, girar la cabeza hacia el sillón y verte allí sentada. Espero que hagas todavía arroz con pollo los domingos. Espero que en el pueblo te levantes la primera para hacernos tortas para desayunar. Espero todavía que me digas que te arregle la tv o que quieres ver uno de tus vídeos en el dvd. Espero que nos mandes a mi hermana y a mí que te cantemos la canción "del carro". Espero despedirme de ti besándote y llamándote "mi niña". Espero que digas una vez más "cuadrito".

Espero tantas cosas...

Lo que cambia la vida en dos días. Lo que cambia la vida en un segundo. Un simple gesto a través de una minúscula ventana me indicaba que ya no estabas aquí. 

Tengo, Esperanza, en que te hayas ido con un buen recuerdo de la vida.

Y cuando acabe... (I)

A cada uno le dolió a su manera, pero ambos sufrieron con aquello.

Fue una larga despedida, mirándose a los ojos. Habiéndose dicho todo lo que tenían que decirse. Con un abrazo, un último beso en los labios y queriéndose como si aquello no estuviera ocurriendo.
Pero lo estaba haciendo.

Las lágrimas saltaron de sus ojos al cerrarlos. Giró la cabeza para que no pudiera verla. Él sintió lástima por todo aquello. Inclinó la cabeza hacia atrás queriendo que el nudo que se había formado en su garganta desapareciera. La escuchaba llorar... No era la primera vez; aunque habían sido pocas las veces que lo había hecho delante de él sabía que a escondidas había sucedido a menudo.
Volvió su cabeza y miró hacia la solitaria calle a través de la ventanilla del coche. Por allí apenas pasaba gente. No era tarde, pero cada vez anochecía antes.

Ella abrió la puerta y salió sin decir nada; la dejó entreabierta -como solía hacer al despedirse de él- y le dirigió una última mirada, pero éste lo hacía en dirección contraria. Sintió como el corazón se le rompía en mil pedazos mientras buscaba sus ojos esperando encontrarlos... Sus ojos jamás volvieron a encontrarse.
Cerró la puerta del coche y giró sobre sus pies con la cabeza agachada mientras densas lágrimas caían sobre la acera de la calle. Él volvió la cabeza y la miró desde el interior del coche con los ojos vidriosos, aunque sin llorar... Esperó a ver cómo se marchaba de aquel lugar que habían hecho suyo durante tanto tiempo y que no volverían a pisar.

Ella caminó lentamente en su dirección. Él arrancó el coche y dio media vuelta hacia la suya. 
Ambos se dieron la espalda rumbo a la fría realidad.