lunes, 28 de septiembre de 2015

La librería (I)

Unos padres recorren con su hija de 7 años las calles de la gran ciudad en la que viven. Ambos la miran de reojo y ven como la pequeña niña se queda maravillada al ver tantas luces y colores que cambian, que se encienden y se apagan. Ella se mezcla junto a sus padres con cientos de personas que, como ellos, han salido a la calle a disfrutar, a pasear, a comer, a comprar...
La pequeña niña no sabe a dónde la llevan sus padres, y se sorprende cuando paran delante de una tienda de aspecto viejo. Se quedan de pie junto a la puerta y la niña se siente minúscula e intimidada al estar frente a ella. 
"Parece una tienda" -piensa. 
Y lee las gigantes letras de metal anaranjado, que en otro tiempo fueron de un dorado resplandeciente, lentamente: "Librería".
-Es un sitio de mayores -le dice a su padre mientras gira y levanta la cabeza para mirarle a la cara. 
Su padre sonríe al escuchar la dulce voz de su hija, que está desconcertada porque no sabe lo que hacen allí.
Atraviesan los tres juntos el umbral de la carcomida puerta de madera, que al abrir, hace chirriar sus goznes. El estridente ruido alarma a la niña, pero rápido se relaja al escuchar que después del ruido de bisagras viejas, suena un suave tintineo de campanillas que han anunciado su entrada a la tienda.
En un principio no ve a nadie, y eso la hace agarrar más fuerte las manos de sus padres. No era normal que la llevaran a lugares como aquel.
"Todo parece triste y serio" -le dice su propia voz en su cabeza.
Ve que la tienda es muy pequeña y está abarrotada. Las estanterías de madera cuya pintura verde oscuro lleva años agrietándose llenan la habitación, y parece difícil que alguien pueda moverse por allí sin tirar algo.
-¿Qué hacemos aquí? ¿Podemos irnos? -pide a sus padres.
-No, no podemos irnos. Hemos venido a comprar un libro -contesta su padre dulcemente.
-¿Un libro para qué? -pregunta ella con intriga.

El vacío

"Tengo la cabeza que me va a estallar". -Pienso nada más llegar a casa.
Vuelvo a tenerla para mi sola. Me doy cuenta de que no hay ni un alma aquí dentro cuando vuelvo, y eso me reconforta, porque lo último que quiero ahora mismo es hablar con nadie.
Sin encender la luz, me dirijo hacia mi cuarto y dejo encima de la silla mi mochila a la vez que siento una gran liberación en los hombros; como se destensan mis músculos del cuello y de la espalda que han estado agarrotados durante el par de horas que dura el viaje de vuelta a mi casa.
Me siento en el borde de la cama. Mientras cierro los ojos tuerzo el cuello hacia la derecha y hacia la izquierda y escucho crujir mis vértebras. Al abrirlos, veo como en la oscuridad del cuarto unas minúsculas centellas iluminan el espacio vacío que recorro con la mirada y tardan unos segundos en desaparecer.
Sin necesidad de desatarme los cordones, me quito las zapatillas con los pies al presionar con la puntera el talón del pie contrario, haciendo escurrir la tela por el calcetín hasta sacarlo. Las dejo caer al suelo mientras mis pies cuelgan de la cama. Mis brazos están extendidos a lo largo del cuerpo y mis manos se encuentran reposando sobre mis muslos, que acaricio deprisa como si quisiera que entrasen en calor, sin embargo lo hago más como un acto despreocupado y sin sentido.
Miles de pensamientos e ideas se pasean por mi cabeza y considero que es algo bueno porque así no hay espacio para que se estanque uno concreto en ella.
Balanceo mis pies a un lado y a otro y, al cabo de un rato me doy cuenta de lo inquieta que me siento en esta posición. Necesito tumbarme. 
Inclino mi cuerpo hacia la izquierda para posar mi cabeza sobre los mullidos cojines que reposan en la cabecera de mi cama. Me siento como si estuviera en el cielo. Un cielo que me esperaba abierto sólo para mi después de todo un día fuera yendo de un lado a otro. Me relajo mientras hundo mi cabeza en los mullidos almohadones, cerrando mis ojos y subiendo a la vez las piernas encima de la cama. Estirando los brazos y dejándolos suavemente a lo largo de los costados de mi cuerpo. 
Noto la agradable sensación de la pesadez abandonando mi cuerpo; mi mente se va quedando en blanco, todo el ruido de mi cabeza se aleja despacio y queda solo el vacío.