"Y antes de salir de casa con un feroz portazo, rompió el último espejo que quedaba sin dañar. La sangre salpicó los trozos plateados que se hicieron añicos al golpe de su puño. Resbaló, de dos en dos, por el reflejo, transformando su silueta curvada en gotas de rubíes que nunca llegaron al marco, que se secaron en mitad de su recorrido porque no tenían más fuerza para continuar y decidieron parar y perecer.
Ella se arrastró por el suelo dejando a su paso una estela carmesí provocada por los cortes de los cristales en sus brazos y las heridas abiertas en su rostro, que se iba volviendo, poco a poco, más azul y violáceo. Levantó la vista temblorosa y vio el espejo que acababa partir en mil pedazos, y no pudo evitar pensar en su alma. Vio la sangre recorriéndolo; pero se fijó en la primera gota que llegó al final y en las otras muchas que la siguieron y, por primera vez pensó en ella; sacó fuerzas de flaqueza, se puso en pie muy despacio, sintiendo los pinchazos en su piel por los golpes recibidos y salió a la calle en busca de ayuda..."
Ciérrale la puerta en la cara al que un día cerró el puño.
Cállale la boca con las voces de los tuyos al que un día abrió la suya para decirte que no valías nada.
Pisa fuerte cada paso en el camino que des sabiendo que otros siguen tu ejemplo.
Con valor, plántale cara al que ahora se esconde: "¿Por miedo o por vergüenza te tapas el rostro que un día creíste que imponía temor?"
Grítale al mundo que esto se ha terminado; que ya no aguantas más. ¡Que ahora luchas!
Ya no le ocultas ni le justificas, ya no gobierna en tu vida más.
Hazlo por ti, hazlo por ellos.