(Un vaso. Una mesa. Un cuarto. Dos personas).
*Un gran vaso de cristal encima de una mesa de madera. Un vaso muy grande, que ella dejaba que llenasen, confiaba en que el agua que en él se vertía nunca fuera derramada. Él pensaba que podría llenar el vaso hasta el borde sin derramar una sola gota.*
Él empezó poco a poco. Con temor y arrepentido a veces de haberlo llenado. Ella, al principio, no le dio importancia, el vaso era grande, podía soportarlo. Pero a medida que el tiempo pasaba, él iba ganando confianza y sabía que a ella no le importaba que lo llenase, siempre que no tirara el agua.
Un día, ella sintió miedo al ver que el vaso estaba ya muy lleno: ¿cómo ha podido ocurrir? Entonces, decidió advertirle:
- No llenes el vaso tanto, por favor.
Comenzó a decirle; y él paraba. Pero llegó un momento en que él ya no la escuchaba.
- Al final lo vas a derramar todo. Por favor, déjalo.
Él la ignoró. Era un vaso demasiado grande como para que el agua acabase rebosando.
- De momento no, pero si sigues llenándolo va a salirse todo.
Seguía sin escucharla. Quería llenar hasta arriba aquel enorme vaso. Se sentía confiado. Con suerte.
- Queda poco para que desborde. Ten cuidado.
Le advirtió ella a punto de perder la paciencia. Sin embargo, respiró y continuó viendo cómo él fingía no escucharla. Casi estaba logrado, iba a llenar aquel vaso con todo el agua que pudiese. Siguió y siguió hasta llegar al límite, y una vez allí... lo traspasó.
Y el agua que echaba y el que ya había dentro del vaso se salieron por el borde del cristal empapándolo todo a su paso. La mesa entera quedó bañada en agua y ésta, después, cayó haciendo ruido contra el suelo. Y el vaso quedó tumbado, vacío y roto.
Él miró perplejo la escena.
Ella lo miró a él una última vez y salió del cuarto.
