-Y me di cuenta de que no podía vivir en un mundo lleno de "y
si", que era lo que hacía. No podía hacerlo porque no estaba viviendo en
realidad.
-Te centrabas tanto en lo que podía pasar que no vivías el presente.
-Exacto. Sí, exactamente.
-¿Y cuándo te diste cuenta de eso?
-Lamentablemente, por un suceso desgarrador en mi vida. Pero eso hizo
que me replanteara por completo cómo estaba viviendo. El momento en el que no
tienes nada, ningún motivo por el que levantarte cada mañana porque te da
miedo, te asusta salir a la calle porque "y si me atropella un coche"
-exagerando un poco la teoría- aunque realmente llegué a pensar de ese
modo.
-Increíble.
-Nuestra cabeza, nuestra mente es un arma de doble filo. Nos puede hacer
sentir bien, ser los amos del mundo, ser las personas más fantásticas y
maravillosas que hay sobre la faz de la Tierra. Pero también nos puede hundir
en la más absoluta miseria, y pintarnos como el ser más despreciable del mundo.
-¿Y en qué punto de tu vida estás ahora?
-Estoy bien. Estoy en el medio, quizás todavía recuperándome. Pero poco
a poco de todo se acaba saliendo.
-Me alegro de que estés en ese punto. Muchas gracias por hacerme esta
visita.
-Gracias a ti por llamarme.
"Ambos se despidieron con un fuerte apretón de manos. De una
esquina salió un hombre de tez mortecina, vestido con ropas pulcramente limpias
y blancas. Tenía ese olor que desprenden ligeramente los útiles médicos, a
desinfectante. Agarró del brazo al paciente y se lo llevó por una estrecha
puerta que había en el rincón de una de las paredes del estudio del psiquiatra.
Este ojeó por última vez su ficha clínica y se paró a contemplar su foto de
archivo durante unos segundos. "El cambio que ha dado es espectacular", pensó el psiquiatra. Después se levantó y se dirigió al archivero
metálico para introducir la carpeta con los informes del paciente en su cajón
correspondiente, y con un fuerte empujón, lo volvió a cerrar."