miércoles, 20 de mayo de 2015

Coltán

Me llamo Aissa y tengo diecisiete años. Acabo de levantarme y apenas tengo ropa con la que vestirme porque me va desapareciendo. Creo que son mis hermanas, pero no puedo decirlas nada porque padre Maiba me daría una paliza por regañarlas, piensa que así no cuido de ellas. Voy a pedirle algo prestado para ponerme a madre Ellema, pero ella sigue durmiendo y si la despierto también va a pegarme. Ahora tengo que salir a trabajar con la ropa con la que he dormido esta noche y no me gusta porque sé que me la voy a manchar en el trabajo y ahora es la única que tengo.
Hoy hace mucho calor y fuera de casa no hay nadie porque mi familia y yo vivimos lejos del pueblo y cerca de un río. La casa donde vivimos la construyó el abuelo Mamadou, el padre de padre, hace muchos años. Vivimos cerca de lo que llaman el valle del Rift, en un país que se llama República Democrática del Congo. Yo no sé nada de países; en realidad no sé mucho de nada porque nunca fui a la escuela y desde hace mucho tiempo solo tengo que ir cada día lejos, muy lejos, a un lugar lleno de rocas y barro, con muchas personas que no paran de excavar en la tierra en busca de unas piedras muy pequeñas a las que llaman "coltán".
Tengo que correr mucho bajo el sol y durante mucho tiempo para llegar hasta allí, donde hay niños y niñas de la edad de mis hermanas, chicos y chicas con mis años, y señores y señoras como padre y como madre, que están trabajando duro, quitando y machacando piedras con martillos y picos, llenando cubos de agua y barro y vertiéndolos en coladores para encontrar esas pequeñas piedras grises. Hay señores altos, fuertes y serios vestidos con ropas verdes y limpias, que nos ven trabajar con un arma en la cintura y otra más grande colgada al hombro.
He llegado un poco tarde y uno de los hombres me ha visto, así que viene hacia mí y cuando le tengo cerca me pega con la mano abierta en la cara, tan fuerte que me tira al suelo. La bofetada me ha hecho sangrar por la nariz, pero yo quiero ponerme a trabajar para que no me vuelva a golpear otra vez. El señor mira a su alrededor y ve una pala cerca de él; la coge y me la lanza a la cara; ahora sangro más porque me ha dado de lleno en la nariz y la boca. Me limpio la sangre con el brazo y me pongo a trabajar. El sentido de la responsabilidad de mantener a mi familia es más grande que el dolor físico que puedan hacerme porque, en casa, solo padre Maiba y yo trabajamos, y somos muchos allí viviendo.
En la mina, como lo llaman allí todos, hay que trabajar duro porque si no, no te dejan irte a casa. Tienen que ver que has encontrado esas rocas de "coltán" que tanto quieren. Es muy difícil encontrarlas porque en la mina hay más tierra y rocas marrones, además de agua sucia, que las rocas que buscan.
No sabemos para qué las quieren, ni lo que hacen con las que encontramos, pero deben de ser muy valiosas porque muchas personas en la mina han perdido algún dedo, mano o pie buscando esas pequeñas piedrecitas. No nos permiten llevarnos ninguna a casa, todos lo hemos intentado alguna vez, incluso yo, y lo que te hacen si te descubre es mucho peor que una bofetada y un poco de sangre. Mucho, mucho peor.