Apagó su coche tras aparcarlo en la plaza que ocupaba a diario sobre aquella hora y esperó mientras se encendía y fumaba un cigarro dentro del vehículo. El intenso olor a tabaco impregnaba cada recodo del coche. La tapicería ya estaba desgastada por los años, y el humo de muchos cigarrillos se había extendido dentro del automóvil, de modo que aquel tufo había quedado atrapado de manera permanente en su interior, y ya era casi imposible que desapareciese aunque le hiciesen un lavado completo. Pero allí dentro no solo olía a tabaco. Era una mezcla de aromas, y todos ellos resultaban desagradables: sudor, grasa, ceniza, costo... Cualquiera que no estuviera acostumbrado notaría la apestosa amalgama de olores de dentro del coche y jamás volvería a pisarlo. El olor era tan fuerte y penetrante...
El hombre se terminó el cigarro y tiró la colilla dentro del cenicero del vehículo, que ya contenía demasiadas, desparramando por las alfombrillas un poco de la ceniza que había en su interior, pero apenas le importó y tan rápido como cerraba la tapa del cenicero cogió de nuevo la cajetilla de tabaco para sacar otro cigarrillo y encenderlo mientras seguía esperando.
Tenía la mala costumbre de sacar el plástico que envolvía las cajas de cigarros y hacer una bola para después tirarla, ya fuera al suelo o a la persona que le acompañara en ese momento, y con la que tuviera la suficiente confianza como para realizar aquel gesto tan desagradable.
En ese momento no había nadie más con él en el coche a quien poder tirarle la bolita de plástico, por lo que la echó sobre el salpicadero del coche, el cual estaba lleno de marcas de pegamento y pequeños agujeros que había hecho colocando gran cantidad de pins que, posteriormente, había quitado, pero que permanecieron durante mucho tiempo allí.
Fumó igual de rápido el segundo como el primer cigarrillo. Las puntas de los dedos de su mano derecha estaban amarillentas y en ellas también permanecía aquel olor rancio característico que poseen las personas que fuman demasiado durante toda su vida. Además, los callos que tenía en ambas palmas y en cada yema no las hacían ver mejor.
Una vez acabó el cigarro, abrió el cajetín colapsado de ceniza y colillas y apagó nuevamente el filtro volviendo a derramar las diminutas motas grises, blancas y negras sobre el suelo del coche y, al levantar la cabeza y mirar a través de la luna del coche vio a quien quería ver.
Estuvo un largo rato quieto, pensando que si se movía lo más mínimo sería capaz de descubrirle, pero era imposible que le viera allí, ya que se encontraba a larga distancia.
La vio tan mayor y recordó lo pequeña que era cuando la sostuvo por primera vez entre sus manos. Unas gruesas lágrimas cayeron por ambos lados de su cara, recorriendo el camino que habían dejado los surcos de arrugas por sus mejillas hasta caer en la camisa que llevaba metida por dentro del pantalón. Veía cómo caminaba con una sonrisa en la cara mientras hablaba con otras personas a su alrededor, mientras él permanecía callado, llorando en silencio dentro de su coche. Aquel coche en el que tantas veces la había montado y la había llevado a tantos sitios en los que habían disfrutado como una familia feliz, una familia unida.
-Ais... -dijo con la voz entrecortada- Que tonta has sido...
Pensó en lo mucho que había crecido, en que ya se había convertido en toda una mujer, y él no había estado presente. Se había hecho mayor sin él en su vida. Se había perdido tantas y tantas cosas... Había sabido seguir adelante sin su ayuda, sin él a su lado para apoyarla, porque seguramente tenía a otros muchos que sí habían estado a su lado.
-Pero yo no.
Más lágrimas se deslizaron por su envejecido y deteriorado rostro. Por un momento se debatió entre seguir llorando en silencio y contener las lágrimas para no parecer débil, pero no podía, le dolía demasiado verse así. Ver cómo de rápido había llegado el futuro sin haber podido hacer nada en el pasado.
Se había perdido tantas y tantas cosas... Pero no solo desde que no estaba en su vida, sino también habiendo estado en ella.
El hombre se terminó el cigarro y tiró la colilla dentro del cenicero del vehículo, que ya contenía demasiadas, desparramando por las alfombrillas un poco de la ceniza que había en su interior, pero apenas le importó y tan rápido como cerraba la tapa del cenicero cogió de nuevo la cajetilla de tabaco para sacar otro cigarrillo y encenderlo mientras seguía esperando.
Tenía la mala costumbre de sacar el plástico que envolvía las cajas de cigarros y hacer una bola para después tirarla, ya fuera al suelo o a la persona que le acompañara en ese momento, y con la que tuviera la suficiente confianza como para realizar aquel gesto tan desagradable.
En ese momento no había nadie más con él en el coche a quien poder tirarle la bolita de plástico, por lo que la echó sobre el salpicadero del coche, el cual estaba lleno de marcas de pegamento y pequeños agujeros que había hecho colocando gran cantidad de pins que, posteriormente, había quitado, pero que permanecieron durante mucho tiempo allí.
Fumó igual de rápido el segundo como el primer cigarrillo. Las puntas de los dedos de su mano derecha estaban amarillentas y en ellas también permanecía aquel olor rancio característico que poseen las personas que fuman demasiado durante toda su vida. Además, los callos que tenía en ambas palmas y en cada yema no las hacían ver mejor.
Una vez acabó el cigarro, abrió el cajetín colapsado de ceniza y colillas y apagó nuevamente el filtro volviendo a derramar las diminutas motas grises, blancas y negras sobre el suelo del coche y, al levantar la cabeza y mirar a través de la luna del coche vio a quien quería ver.
Estuvo un largo rato quieto, pensando que si se movía lo más mínimo sería capaz de descubrirle, pero era imposible que le viera allí, ya que se encontraba a larga distancia.
La vio tan mayor y recordó lo pequeña que era cuando la sostuvo por primera vez entre sus manos. Unas gruesas lágrimas cayeron por ambos lados de su cara, recorriendo el camino que habían dejado los surcos de arrugas por sus mejillas hasta caer en la camisa que llevaba metida por dentro del pantalón. Veía cómo caminaba con una sonrisa en la cara mientras hablaba con otras personas a su alrededor, mientras él permanecía callado, llorando en silencio dentro de su coche. Aquel coche en el que tantas veces la había montado y la había llevado a tantos sitios en los que habían disfrutado como una familia feliz, una familia unida.
-Ais... -dijo con la voz entrecortada- Que tonta has sido...
Pensó en lo mucho que había crecido, en que ya se había convertido en toda una mujer, y él no había estado presente. Se había hecho mayor sin él en su vida. Se había perdido tantas y tantas cosas... Había sabido seguir adelante sin su ayuda, sin él a su lado para apoyarla, porque seguramente tenía a otros muchos que sí habían estado a su lado.
-Pero yo no.
Más lágrimas se deslizaron por su envejecido y deteriorado rostro. Por un momento se debatió entre seguir llorando en silencio y contener las lágrimas para no parecer débil, pero no podía, le dolía demasiado verse así. Ver cómo de rápido había llegado el futuro sin haber podido hacer nada en el pasado.
Se había perdido tantas y tantas cosas... Pero no solo desde que no estaba en su vida, sino también habiendo estado en ella.