Todas las noches me encuentro en el mismo edificio. Parece un hotel. Algunas veces estoy al final de un largo pasillo, con habitaciones de puertas muy blancas a los lados en los que el único tono de color es un sutil dorado que reflecta el número de cada cuarto; cuyas paredes son del mismo color que las puertas, y donde una larga y acolchada moqueta beige se extiende por todo el corredor. Pero, otras veces aparezco en un espacioso salón, de paredes amplias, techos altos y grandiosas cristaleras donde brillan las luces que desprende una majestuosa lámpara de araña que hay colgada en el centro del salón, y bajo ésta, de semejante tamaño, una mesa circular de madera de caoba con relieves laterales de colores más claros. El suelo de la sala es de mármol travertino que recientemente ha debido ser pulido y encerado.
Da igual en cuál de los dos lugares esté, lo importante es el ascensor frente al que me hallo. De puertas metálicas que se abren con suavidad, sin hacer ningún ruido; tan solo el leve tintineo de una campana que avisa de su llegada a la planta.
Cruzo la puerta del ascensor dejando el suelo firme atrás y entrando en la cabina que pende de unos cables. El ascensor suele tener unos vanos verticales acristalados que dan al exterior. Siempre es de noche. El hotel se encuentra en lo alto de una montaña y, a lo lejos, se puede ver un pueblo muy pequeño iluminado por algunas luces que se esparcen.
Dentro del ascensor hay un espejo, en el que trato de no verme reflejada, pero abarca casi todo el cubículo así que me veo obligada a ver que llevo un vestido de gala de color rojo brillante y mi largo cabello oscuro, recogido en un discreto moño italiano despeinado. De mis orejas cuelgan unos bonitos pendientes largos de cristales. Apenas puedo ver los zapatos que llevo puestos debido al largo del vestido.
Me avergüenza ver mi reflejo y miro más allá en la superficie reflectante: hay alguien más dentro del ascensor. Un hombre, alto, de espaldas anchas y pelo oscuro que mira por la cristalera hacia la noche. Vestido de traje. No consigo verle la cara. Tampoco él dice nada.
Me coloco delante de la puerta de la cabina y miro que no hay panel para pulsar el número de la planta a la que quiero ir. Pero ya no puedo salir del ascensor porque las puertas se han cerrado con un leve zumbido. Miro hacia el dintel del ascensor y hay una pequeña pantalla que proyecta el número "veinte" en un color blanco. Cuento con el ascensor. Noto la máquina bajar lentamente.
Diecinueve...
Respiro.
Dieciocho...
Continúa bajando.
Diecisiete...
Cierro los ojos.
Dieciséis...
Continúo respirando.
Quince...
Cojo el aire por la nariz.
Catorce...
Lo suelo despacio por la boca.
Trece...
...
...
...
Y es entonces cuando me duermo.
No soy capaz de llegar a la planta baja de ese hotel. Ni tampoco de verle la cara al hombre que me acompaña. Ni saber si llega a salir o permanece quieto y distante.
Algún día descubriré qué hay más abajo en este hotel. Por qué llevo un vestido puesto. O qué hago ahí.
Mientras...seguiré durmiendo.