domingo, 30 de noviembre de 2014

Una noche cualquiera I

Siento una fuerte presión en el pecho que me hace despertar. Abro los ojos como puedo porque aún sigo dormida, intento mantenerme despierta, pero siento que la presión sigue ahí y que los ojos se me cierran. Pasados unos segundos, consigo despejarme y ver que todo está oscuro. Levanto la cabeza de la almohada pero apenas puedo distinguir las dimensiones de mi habitación. La presión continúa; levanto las manos para tocarme el pecho y noto el pelo de mi gato gordo. Está durmiendo plácidamente sobre mi, pero no creo que sepa que ya no es ni tan pequeño ni tan delgado como cuando le cogimos y que ahora pesa más que una bolsa con comida. Le acaricio la cabeza mientras recuesto la mía; al rato noto que tengo la boca muy seca y que necesito agua. Cojo el teléfono móvil con la mano que tengo libre y veo que son las seis de la mañana: ¡Puff! -resoplo-, "es demasiado temprano. Todavía me quedan horas por levantarme". 
Decido ponerme en pie para ir a la cocina y beber un poco de agua. Camino a oscuras por la habitación, pero una vez en el pasillo enciendo las luces para no chocarme con ninguno de los jarrones decorativos de mi madre, que cuestan bien caros. Bajo las escaleras con cuidado de no caerme y llego a la planta de abajo donde están el salón, la cocina y el despacho de papá al que no quiere que entre nadie. 
Una vez en la cocina, abro la nevera y veo que esta a rebosar de comida: "Mañana me haré un buen desayuno"  -pienso. Pero yo ahora quiero agua y no veo que esté por ninguna parte: "Ahora tendré que cogerla del estúpido grifo". Estoy enfadada porque mis padres no se hayan acordado de meter agua fría en la nevera. Hago ruido al coger el vaso, el agua y al beber, y cuando lo dejo veo que se ha hecho una fina grieta en la base de cristal.
Voy apagando luces según vuelvo hacia mi habitación: voy por el pasillo, subo las escaleras, camino por el otro pasillo y llego a mi habitación, todavía a oscuras. Me meto en mi enorme cama de un salto y me adentro entre las sábanas. Noto que mi querida y mimada bola de pelo sube conmigo a la cama. Las mantas han guardado el calor y siento que voy a seguir durmiendo muy a gusto.


lunes, 24 de noviembre de 2014

Golondrinas


Una golondrina enferma de pena si no la dejan volar, porque una golondrina nació para ser libre y ese es su sueño: volar, volar alto y volar lejos.
Una bella y pequeña golondrina de cabeza, nuca y alas azules y buchón blanco que al alzar el vuelo con ligereza se transforma en una majestosa figura. 
Eres pequeña y aún así haces grandes las cosas: extraordinarias son tus filigranas en el aire y sobre el agua.


Te harás libre, te harás grande.

A la sombra

Vivo a la sombra de un gran árbol. Es mío y es gigante y hermoso, repleto de hojas de un intenso verde esmeralda, con una frondosa copa que recibe toda la luz del sol brillante y se nutre de energía para estar aún más bello. Sus ramas se propagan por el cielo entrelazadas unas con otras en preciosa armonía y hacen que sus hojas se acaricien entre ellas con ligereza y dulzura. Pequeños rayos de sol se filtran por entre los huecos que el follaje deja pasar hacia el suelo. El imponente tronco de oscura madera se erige con fuerza hacia el infinito desde sus poderosas raíces arraigadas al glauco lecho de hierba fresca. Mi árbol es joven y sano, y más alto que ninguno que haya a su alrededor, sobresale por encima del resto. Es mi árbol y mi hogar y vivo a su sombra. Y todos aquí me conocen porque vivo a la sombra del gran árbol y nada más...