-Un libro para ti, mi vida -la responde su madre a la vez que le acaricia la cabeza con suavidad.
La niña se siente desconcertada: "¿Para mí? ¿Yo no quiero un libro?". Frunce el ceño y mira a sus padres con indignación.
-¿Para qué quiero yo un libro? -pregunta enfadada.
Ve cómo ambos se miran, pero ninguno contesta a su pregunta.
-Tú vete a mirar por la tienda, a ver si ves algún libro que te guste.
-¡Pero yo no quiero un libro! -grita la niña al ver que sus padres no atienden a lo que pide.
Espera largo rato de pie, frente a ellos, con los brazos cruzados, la cabeza bajada y la vista muy fija en un punto en el suelo. Cuando quiere darse cuenta, sus padres ya no están allí. Mira a un lado y a otro, la habitación en la que está no parece muy grande, pero no se encuentran a su lado, ni en ninguna zona donde a simple vista pueda verlos.
-¿Mamá? ¿Papá? -pregunta con voz triste- ¿Dónde estáis?
No se ha dado cuenta pero, mirando a su alrededor, ve que la sala es circular y está abarrotada de estanterías viejas de color verde que se disponen en hileras como si fueran los radios de una bicicleta. Hay libros amontonados en columnas esparcidas aquí y allí, parecen no tener ningún orden.
La niña sigue mirando y se da cuenta de que apenas hay ventanas y que la luz que hay dentro de la tienda es producida por unas lámparas bastante sucias que cuelgan del techo.
"¡Hala, qué techo más alto!", piensa asombrada.
Aquel sitio que parecía pequeño al entrar, era ahora como un palacio de madera. El techo se encontraba a gran altura del suelo; las paredes de la tienda se erguían hacia arriba mostrando un feo color marrón que algún tiempo atrás fue beige pero que con los años habían absorbido el polvo del ambiente y las habían tintado de oscuro.
La niña no para de mirar hacia arriba fijándose en todos los detalles, cuando ve unas barandas de madera a ambos lados suspendidos en las paredes.
¡Tiene más pisos! -grita, y se sorprende por su entusiasmada voz. Se tapa la boca con las manos y mira a los lados esperando a que alguien la regañe o la mande callar, pero no ocurre; aún así susurra-: ¿Por dónde podré subir?
Baja la cabeza y gira sobre sí misma buscando alguna escalera por la que subir.
Ya no se acuerda de que sus padres no están allí, solo busca una manera de subir las plantas de la tienda.